Una historia moderna de arte implicado

Una historia moderna de arte implicado

Fernando Golvano, comisario y crítico de arte

Néstor Basterretxea (1924-2014) en el curso de su prolongada trayectoria desplegó una genuina labilidad creadora en ámbitos diversos: dibujo, pintura, gráfica, collage, relieve, escultura, diseño gráfico e industrial, cine y escritura. Esa curiosidad por prácticas que relacionaba, teniendo siempre el dibujo como impulso inicial, llevó a Santiago Amón a destacar, en la revista Nueva Forma, 1972, que “la pluriformidad de su expresión es su virtud más descollante”. Ciertamente, ninguna práctica artística le fue ajena como tampoco un doble vínculo con la cultura de Euskadi y con un cosmopolitismo universalista. Fue un artista cabalmente moderno, dada su atención a las herencias de las vanguardias históricas, por un lado; y de otro, por su anhelo de dar nueva forma a las significaciones imaginarias colectivas de larga memoria. Pero asimismo fue un moderno radical por su propósito de interrelación entre las artes, afirmando que lo fabuloso, lo poético y las nuevas imágenes del mundo y de la vida se dicen de múltiples maneras.

Tras regresar de su estancia en Argentina en 1951, donde su familia se había exiliado, Basterretxea residirá en Madrid. Su estudio y el de Oteiza, al que había conocido en Buenos Aires, quedaban muy próximos. Esa amistad sería fuente de múltiples colaboraciones entre ambos. La primera aconteció con el proyecto de la Basílica de Arantzazu (Oñati, Gipuzkoa). A cargo de los arquitectos Luis Laorga y Francisco Javier Saénz de Oiza en 1951, contó con la intervención de otros artistas como Jorge Oteiza, Eduardo Chillida, Néstor Basterretxea, Lucio Muñoz y Javier María Eulate. A pesar de los litigios y cancelaciones que padecieron algunas propuestas artísticas, ese proyecto concretó tanto el postulado moderno de la integración de las artes —sobre todo en un diálogo implicado entre la arquitectura y las artes plásticas— como la conciliación del arte moderno y el arte sacro.

Otro modo de implicación colectiva fue la efímera participación de Basterretxea con el Equipo 57 (1957-1962) impulsado desde Córdoba y París, y presentado con un manifiesto sobre la interactividad del espacio plástico. La investigación y la autoría colectiva en el cauce de la abstracción geométrica que postulaban derivó asimismo hacia la investigación en la arquitectura y el diseño. Ese fue el antecedente del artista vasco que informaría su paso al diseño de mobiliario, primero en Madrid en la empresa H Muebles y, tras fijar su residencia en Irun en 1958 con Oteiza, en la iniciativa de Espiral creada junto a varios socios en Donostia en 1962 para el diseño de interiores y la venta de mobiliario y arte moderno. Con posterioridad, la fábrica de mobiliario Biok, fundada en Irun en 1966 por Basterretxea y otros dos socios, permitirá una expansión pionera de ese impulso moderno en el contexto vasco. En Biok tuvo Néstor un estudio de fotografía que permitió catalogar los muebles, su producción artística y desarrollar una serie de imágenes experimentales.

Durante su estancia en la ciudad fronteriza (1958-1972), en la casa-taller proyectada por Luis Vallet de Montano en colaboración con Basterretxea y Oteiza, participó en múltiples iniciativas del cine club de Irun. Fue un periodo fulgurante de experimentación plástica, con sus fascinantes meridianos y pizarras que prefiguraban una apertura a la práctica escultórica —siendo Plano estallado, 1960 su primera tentativa bajo el primado del principio de abstracción—, de nuevas aperturas del arte aplicado al diseño de mobiliario y al espacio urbano. La producción de filmes primero en solitario con su innovador mediometraje Operación H (1963). También cifró cierto telos comunitario y una acción cooperativa con Fernando Larruquert: Pelotari (1964), Alquézar (1966) y Ama Lur (1966-68). Este largometraje financiado por una iniciativa popular representó todo un manifiesto afirmativo del folclore y la cultura vasca en un contexto negaciones de diversa índole por parte del franquismo.

Otra toma de posición y de implicación colectiva fue el Grupo Gaur, 1965-1967, integrado por Oteiza, Chillida, Basterretxea, Amable, Mendiburu, Sistiaga, Balerdi y Zumeta. Esa fulgurante constelación de artistas fue una toma de palabra colectiva para reclamar instituciones propias y para catalizar una emergencia renovada de un movimiento de la Escuela Vasca que venían propugnando sobre todo Oteiza e Ibarrola en las capitales vascas. El manifiesto del grupo se presentó en la Galería Barandiaran (Donostia, 1965-1967), definida por Oteiza como una “Productora de exposiciones de arte compuesto”, un propósito moderno que convergió con otros proyectos asociados en música, teatro y danza que renovaron en la cultura vasca.

En 1972 traslada su residencia y taller a Hondarribia a la vez que se da una inflexión en su poética constructiva y en su telos artístico. Un modo informalista y expresionista irá surgiendo y conviviendo con otro geométrico y concreto a partir de los años setenta. El telos vasquista y un imaginario ancestral mítico, que tomará de los libros de Aita Barandiaran, motivarán la serie de esculturas más conocida y que denominará Cosmogónica Vasca (1972-1977): una galería de deidades mitológicas talladas en roble, revelan su aproximación estética a un tiempo prehistórico: aquel que refiere las oscuras y mágicas correspondencias entre el originario ancestral vasco y el cosmos. Empeño nostálgico y paradójico, pues imbrica una tensión dialéctica entre lo primitivo y lo moderno, entre lo imaginado y lo real. Los años setenta, con su peculiar dimensión histórica y social, dado que el final del franquismo da paso a la transición democrática, fueron un magma de disidencias y de creación de nuevos imaginarios sociales. Basterretxea contribuyó con el diseño de carteles y logos como el del Bai Euskarari en 1978. Será mediante la escultura Izaro (1983), que preside el Parlamento Vasco, donde formalmente manifieste, retomando una poética abstracta y geométrica, la potencia representativa y simbólica del arte. Un árbol con siete ramas designa el ideal de una comunidad política y cultural en construcción.

Se implicó en otros proyectos destinados a crear nuevos centros de arte contemporáneo en Irun y Donostia en el período 1979-1983 que no llegaron a cristalizar. La recuperación de la casa-taller Oteiza y Basterretxea en Irun para nuevos usos culturales fue otro anhelo que no llegó a ver realizado en vida, pero que impulsó con un entusiasmo renovado. El Ayuntamiento me encargó en el año 2003 un proyecto que llamé Mugarte. Tras diferentes actualizaciones de las propuestas, la última en el 2020, espera su kairós propicio para emerger como espacio vivo de memoria y creación contemporánea, como legado y dispositivo para diálogo entre las artes y las culturas fronterizas.

Una historia moderna de arte implicado

'Homenaje al Árbol de Gernika',
1979. Vitoria-Gasteiz

Fotógrafo: erredehierro